Ojalá cúspides sin cables IV

 

     La grisura oprime el mundo y lo encierra tras las paredes, bajo las tejas, en habitaciones donde se ayunta con la tristeza. Ni siquiera el aire que inhalan las chimeneas aquietan este sombrío consorcio. Los bejeques se rebelan junto al precipicio de los aleros, acaso temerosos de que se deprima el tejado y los arrastre a la aflicción. Existen, sin embargo, sendas que brindan la fuga hacia el cénit donde cohabitan la alegría y la luz. ¿Ojalá cúspides sin cables?

 

 

 

 

 

 

     La placa visualiza el futuro, el icono lo representa, los sustantivos lo protegen y formulan su esencia. Las paredes lo arropan mientras las ventanas lo apadrinan benévolas y benefactoras, los tejados le brindan sus toboganes y los aleros su sabiduría, su humildad. El futuro es un vástago inserto en la tierra, un afán que tiende hacia el cénit. Pero, arriba, el cielo azul se crispa en chirriantes cuchillas que acechan el crecimiento, que sajarán el destino. ¡Ojalá cúspides sin cables!

 

 

 

 

 

 

    El mundo se reúne en una esquina para exhibirse. Se escinden en el cielo azul las nubes en albos algodones. Despliega palpitante la palma sus hojas. La farola confía en el muro mientras tienta al abismo. Órnase el parapeto con balaustre de caoba, con níveos pilares. El balcón desorbita su doble fila de cristalinos ocelos, tensa sus párpados de madera. Aspira al infinito cenital el tallo truncado. El plátano y la buganvilla algarabían su contento. Las rejas contienen y liberan. Y, contundentes, dos zarpazos cuestionan semejante barroquismo. ¡Ojalá cúspides sin cables!

 

 

 

 

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