Imaginario lotaviano VIII

8.1 Pueblos y caseríos (III)

Valle de Arteda, enclave de Cuatro Caminos / Valle de Tamaimo y vistas de Garachico.
Valle de Arteda, enclave de Cuatro Caminos / Valle de Tamaimo y vistas de Garachico.

 

 

8.1.1     Cuatro caminos

 

 

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      La música estallaba entre las piernas de los bailadores, y, jiribilla, acometía su cuerpo entero con fogonazos de atrevimiento en la larga tarde de verbena; la joven Gloria, sentada en el canapé de la iglesia junto a su madre, permanecía con los muslos juntos y las manos quietas sobre la falda nueva. Escudriñaba en los gestos de quienes bailaban su zafiedad, que temía y despreciaba. La banda, sobre la tarima engalanada con fajos de monte verde, propagaba isas y folías entre las parejas, las extendía contra las fachadas señoriales que circundaban la plaza de San Lorenzo, las ensartaba en los barrotes de sus balconadas de madera, las aupaba hasta la copa de los laureles de indias y las aventaba por todas las esquinas de Cuatro Caminos. Sin embargo, la joven Gloria endurecía su desdén empujándose contra la frialdad de las piedras del banco, lacrando cualquier resquicio por donde la música infiltrara sus sentidos; ignoraba las miradas de su madre, diáfanas de intención, hacia los muchachos que, acodados en los tablones de los ventorrillos o plantados al borde de la plaza, vigilaban a las muchachas. El pueblo de Cuatro Caminos, asentado en el valle septentrional de Arteda, en la isla sur de Lotavia, festejaba a su santo en aquel agosto tórrido de 1950, con regocijos populares y romerías de ofrenda.

 

 

     Incendios, inédito.

 

 

 

Iglesia de Tingo / Ermita de la Virgen del Carmen, Santa Cruz de La Palma.
Iglesia de Tingo / Ermita de la Virgen del Carmen, Santa Cruz de La Palma.

 

 

8.1.2     Tingo

 

 

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     Tingo dormitaba la mañana del 26 de septiembre de 1971 con doble sopor general: porque era domingo y además la festividad de los santos Cosme y Damián, patronos de la parroquia principal, de cuatro mil almas, de este pueblo que asienta sus casas de paredes de piedra y tejas árabes en la desembocadura del vasto y fértil barranco del norte de Lotavia que lleva su mismo nombre. Hubo romería y fuegos y verbena la víspera, todos los tingueños habían trasnochado, bebieron y bailaron sin parar y la banda recogió sus bártulos cuando ya clareaba, de modo que nadie madrugó, ni siquiera los balidos aprisionados en los goros fueron bulla bastante para poner a la gente en pie. A media mañana, según iban despertando, alertados por su obligación dominical y onomástica, los más devotos de los gemelos cirujanos y mártires, se acotejaban aprisa y se dirigían a la iglesia, para asistir al culto en su honor, pero el párroco no apareció para cumplir con los oficios, lo que provocó un revuelo que terminó por sacar de la modorra a quienes aún se resistían a abandonarla, y se organizaron para averiguar lo que había sucedido, unos con temor piadoso y otros por cotilleo porque todos lo habían ayudado a emborracharse en las carretas y los ventorrillos; aun así no se ponían de acuerdo en quién lo había visto por última vez. Al declinar la tarde, en los alrededores del templo se fue formando un aturdido tumulto, según se corría la voz de que se había encontrado al cura. El caso es que sobre las siete, un cabrero que volvía de estabular a su rebaño, lo había descubierto con la cabeza hendida en el fondo de uno de los barranquillos que a modo de sistema linfático enmarañan el pueblo.

 

 

 

     El secreto de Rosalinda, inédito.

 

 

   

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